Gold Blooded

El primer verso llegó de repente. Como un suceso. Justo entonces pasó la libélula, mientras miraba por la ventana.

 

El Golden Gate Bridge, el famoso puente rojo que salva la entrada a la Bahía de San Francisco, parece dorado al atardecer. Ligero. Como un rayo de sol, uno más.

En el escudo de los Golden Satate Warriors es amarillo. Sobre fondo azul. Este jueves se proclamaron campeones de la NBA. Toda la ciudad estaba, estábamos, pendientes de ese partido.

 

Justo antes de soltar el ancla, el viento empuja el barco hacia atrás. En la orilla, algas al sol.

 

Nunca he sido muy de baloncesto, la verdad. Pero me gusta la ola que envuelve y eleva y no sé de dónde llega. Entusiasmo, ilusión. No sé. Pero se percibe tan claramente como el olor del mar. Me gusta también el silencio que llega después. Tras los fuegos artificiales y los cláxones y los gritos. La luz vacía que lo cubre todo. Como un eco de lo que había aquí apenas hace nada.

 

En silencio, los veleros se acercan a puerto. Solo el ruido del viento en el foque al ser recogido. Justo antes de entrar en la bocana hacen sonar una bocina.

Una pequeña línea oscura se ondula justo por encima. Me encanta mirar cómo vuelan los pelícanos. Manteniendo una línea que parece dejarse llevar al ritmo de las olas.

Buscando el sol escribo sentado frente al canal. Un charrán remonta el canal, parece tan delicado. La chica en silla de ruedas vuelve a pasar en dirección contraria.

 

“En la oscuridad hay luz. En la luz oscuridad “ El mensaje de una amiga lejana llega a mi móvil. “El zazen no da  pequeños ni grandes méritos.” Me habla de las capas del lenguaje. Del silencio. Leed el Shodoka de Yoka Daishi les dice el sensei.

 

Gold Blooded. El apelativo, eslogan, de los Warriors durante estas últimas semanas. Una sangre de oro  como la que recorría esta ciudad durante la famosa fiebre del oro de la segunda mitad del  XIX. Cómo brilla, el oro. Es como luz. Alumbrado con una tenue luz como en la mente de Tanizaki. Como en el Templo de la Luz de Hiraizumi. Yo lo vi. El rastro de la luz. El tenue resplandor del sol en la más profunda oscuridad.

 

Una pareja mayor se abraza de espaldas al mar. Luego se ríen. Gaviotas que abandonan y vuelven el agua.

 

En el llanto hay risa. En la risa llanto.  Una celebración deportiva, la angustia de un monje zen.


“Andar es zen, estar sentado es zen. Hablar o callar, movimiento o reposo.

El cuerpo siempre está en paz. Incluso a la vista de la espada que nos ha de matar,

el cuerpo sigue imperturbable.”  

 

Mirando el reflejo del sol sobre el agua siento cómo los ojos se me llenan de luz. Me saluda un tipo que camina descalzo. El charrán vuelve al aire con algo brillante en el pico.

Buscándome a mí mismo en el viento. Camino.

 

Luz en la oscuridad. Oscuridad en la luz. ¿Será así también en nuestra sangre de oro? Nuestra sangre, pálido rastro de la luz del sol. El llanto y la risa. Todo el silencio que llega después.

 

Junto al muelle una raya de buen tamaño, enganchada por accidente, a la que el pescador devuelve al mar. Un extraño alivio me llega no sé de dónde.

 

“He entrado en la espesura del monte, lleno de belleza y silencio.

En un valle recogido, entre altos peñascos tranquilamente estoy sentado en mi cabaña bajo el viejo pino.

Lleno de paz estoy sentado en mi ermita y me encuentro bien.”

 

 Esta mañana con qué claridad cantaba ese pájaro  que no conozco.

 

Cada instante, cada cosa que sucede, es una invitación a ser lo que de verdad eres. He pensado de repente.

 

Sobre el puente retengo un instante al paso, el kayak pasa por debajo. Creo que era un pez el brillo un poco más allá.

                                              

Una chica que no conozco me sonríe. Como si fuese al viento. Al sol que guardo dentro de mí. Cuando no hay nadie.

Somos hermosos cuando estamos solos y nadie nos mira. Cuando ya todo ha pasado y todos los puentes parecen dorados. Nuestros gestos en silencio, como un velero, o una línea oscura de pelícanos. Olas. Un rayo de sol.

 

Parece que no está pero en seguida vuelve. El viento llegando del mar.

 

Los arbustos de lila de California están  llenos de telarañas. ¿Tantas arañas hay? Aquí al resguardo el sol me inunda por completo. Pienso en la luz y la oscuridad,  en los charranes y el viento. La risa, el llanto. Las flores. El silencio. Pienso en el momento en que, no sé cómo, te das cuenta de eso que eres. En llegar al agua justo con la última luz del día.  

 

“La luna brilla sobre el río, el viento sopla a través de los pinos. 

Este silencio puro de esta noche ¿cuál es su origen?

La naturaleza esencial es como una piedra preciosa prendida en el fondo de mi corazón, y mi vestido es el rocío, la rana, la nube y la niebla.”

 

Un gorrión joven  llega a posarse justo aquí. Junto a mí. No ha rozado ni una sola tela de araña.
































Comentarios



Albums de fotos

Chinatown

Presidio of San Francisco

Mission & Castro

Mount Sutro, Glen Canyon and Twin Peaks

Mission Bay and Dogpatch

Golden Gate Park

Alcatraz Island

Union Square, The East Cut, Belden Place and Yerba Buena

Marina Distric, Fisherman's Wharf and The Embarcadero

Fillmore District, Haight-Ashbury, Japantown

Telegraph Hill, Whashington Square, Lombard St.

Ocean Beach, Lands End and China Beach

Barbary Coast

Muir Woods National Monument

Golden Gate Bridge View Vista Point & Sausalito

Sequoia & Kings Canyon National Parks

Las Vegas

Grand Canyon National Park

Death Valley National Park

Los Ángeles

Washington DC

New York

Maui, Hawaii


Entradas populares