con nada en las manos
Pensé que me había perdido. Justo después de las salas dedicadas a los impresionistas franceses. Qué grande es esto. La National Gallery, Washington. Qué de gente transitando de siglo en siglo, despacito, mirando la mirada de los otros. Los de aquí, y los de allí. Los de ahora, los de entonces.
No sé, pero
de pronto empiezo a fotografiar manos, detalles. “No mienten” pienso un poco
sin pensar. No mienten… bueno, supongo que no más que los ojos o la boca.
Son
hermosas, estas manos. Solo color. Quizá es por los sentidos. Que no mienten.
Tocar, quizá el más primordial de los sentidos. El más directo. La piel nos
separa y nos une al mundo como la fina lámina de nada que separa el agua del
aire.
Creo que sí,
que por un momento me perdí entre los siglos. Atisbo el sol implacable que cae
ahí afuera, toda la luz al otro lado de los cristales. Parecen nada.
La piel del haijin. La piel bien extendida ahí afuera, sobre la hierba, esperando la caricia, el pellizco, del mundo. Su mano. Su hermosa mano llena de silencio que nos aguarda y sostiene sin que sepamos.
En una sala,
los niños esbozan copias de cuadros famosos colgados en la pared. El esbozo de
la realidad esbozada a su vez una y otra vez. ¿Podría ser de otra manera?
Rodeados del
verdor de la hierba, la cabeza de un caballo apoyada en la grupa de otro.
Miro lo que
nunca he visto. Miro lo que he visto tantas veces. Hace tiempo, muy lejos de
aquí. Los caballos sobre la hierba que huele a hierba nueva. La primavera de un
mundo, el mío, que esbozaba ya otro mundo y otro yo. Un esbozo. Un puñado de
pinceladas tomadas al aire libre.
Siempre me
ha gustado el impresionismo. La insinuación de lo que es. El color a la
intemperie. La distancia correcta para ver la forma, el paisaje.
Las manos.
La piel y el color de la piel. Su transparencia.
Al salir por
fin a la calle la tormenta tarda poco en desatarse. Primero llega su olor,
después la lluvia. El vapor de la tierra caliente con las primeras gotas.
Otra luz en
la luz. Dos gorriones se persiguen sobre la tierra recién mojada
Amo este
olor. Lo amo de verdad. Si pudiera tener una mano, tan delgada como el papel,
tan delicada, para recoger todo esto sin romper nada. El color de las nubes y
su silencio. Toda la luz que hay en la
luz. La distancia entre todas las cosas. Poder verlas perfectamente.
Quisiera ver
cada pincelada y cada vacío que media entre ellas. Quisiera ser pincelada,
color, nada. Lienzo en blanco. Mano abierta
Respirar a
través de mi piel, como los anfibios. Ser una rana de la lluvia saltando en un
viejo estanque. Una pequeña rana recogida en silencio por la mano de un niño, una
tarde, avanzada la primavera, con todos los verdes de la hierba verde a nuestro
alrededor.
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