chidori

 

こぼれては風拾ひ行鵆かな     

 

koborete wa kaze hiroi-yuku chidori kana

 

desprendido del bando,

 el viento recoge

a uno de los chidori          

 

 -Chiyo-ni-

 

En una mañana de sol y niebla saldré a recoger conchas en la playa, caminaré descalzo buscando piedras horadadas por las mareas. Eso pensé de repente. Mientras hacía no recuerdo qué.

Hoy es  ese día. Aquí está la mañana, el sol y la niebla. Los restos de conchas y cangrejos esparcidos por la arena. Los dólares de arena. Esqueletos de antiguos erizos que la marea dejó fuera del mar.

Chidori. También ellos. También los pequeños chorlitos correteando en cuadrilla. Acercándose o alejándose del borde del agua al ritmo de las olas.

Ocean Beach es tan grande y el océano llega a ella tan salvaje que hay soledad para todos.

 

Es curioso. A veces creo que los haiku son como esos alfileres que señalan lugares en un mapa. Aquella mañana, aquel momento, cuando algo afilado y transparente te atravesó sin saber por qué. El haiku que vino después. Y al contrario. También en la otra dirección. Aquel haiku que leíste, que removió algo tan profundo en ti que lo supiste vivido. Antes, o después.

Ver los chorlitos seguir el vaivén de las olas y pensar en el haiku de Chiyo-ni es casi un mismo acto. Ese alfiler. Esa punzada que duele sin doler.


A merced de las olas, un arao herido no hace nada por salir del agua. En las nubes, el brillo del sol.

 

Compartir la necesidad de estar vivo. A lo mejor es eso. Los alfileres. Los haiku. Compartir cada mensaje del mundo. De todos los seres.

Qué misterio. Caminar sobre la arena pensando estas cosas… A veces parece que llueve. O no. Deben ser retazos de niebla.

Qué extraña necesidad. Contar. Contarlo todo. ¿A quién? ¿Acaso creo que los demás no se dan cuenta? ¿No somos lo mismo? Una bandada de pájaros reticentes a las olas. No lo sé. ¿Quizá a mí mismo? Transmitir el mensaje. Como el alba a la tarde, y la tarde a la noche.

 

Un cuervo, después otro, en la arena mojada que dejó la ola más grande. El cielo, más oscuro.

 

Podría estar aquí y callar. Y simplemente vivir. Sería eso, sí. Pero no puedo evitar sentirme el eco de otra cosa. No puedo evitar la voz que no es mía. Algo en mí repite lo que ya está contado. Lo que se cuenta en todo momento.

No puedo evitar tocar la vida. Intentarlo.

A veces son palabras. A veces solo lenguaje. A veces nada.

 

Zigzagueando al ritmo de las olas, sin pensar, toco una medusa dejada por las olas.

 

Algunos pelícanos en formación planean en silencio recorriendo el borde las olas. Suben, bajan hasta casi rozar el agua. Son espléndidos. Son océano. Son solo viento.

 

Un poco cansado salgo al interior a comer un plátano. Unas galletas. Aprieta el sol. Bajo los árboles miro el agua verdosa de un estanque. Patos, gansos, gaviotas… Y la sombra enorme de una libélula que pasa de repente. Ni la he visto. A la libélula.

Lo poco es mucho sentado sobre la hierba. Es un sabor diferente el que probamos a ras del suelo y las hormigas. Hay un brillo aquí abajo. Donde empiezan todos los senderos.

 

Dos segundos, el rastro en el agua dejado por la golondrina.

 

Me gusta caminar. Que me miren las ardillas al pasar, sin que dejen de hacer sus cosas. Descansar cuando esté cansado, beber agua cuando tenga sed. Abrir los ojos y mirar. Qué grandes los ojos de los gansos y qué ruido al andar con sus pies anchos, plas plas plas.

 

La llamada de un colibrí. Jugueteo con las piedras que recogí del mar.

 

Karl, la niebla, llega sobre el monte Sutro. Como olas flotando en el aire. Se ve a través. El verdor de la montaña. Con una luz tan especial…

Aún no sé hablar sin palabras. Como las plantas o las abejas. Ser solo una presencia que transmite el mensaje.

Cuando mi voz sea sin voz, entonces todo el esfuerzo estará de más. Diré solo lo que debo decir. Lo que deba decirse.

En la transparente soledad de una playa inmensa aguardaré a ser recogido por el viento.

En una mañana de niebla y sol. A ras del agua. Frío, calor. La luz y la oscuridad. La vida y la muerte. Bordeando sin más el salvaje vaivén de las olas.

Un día aquí es una vida entera dentro de otra vida. Un chidori, todos los chidori.

 

 

村千鳥そつと申せばかつと立

mura chidori sotto moseba katto tatsu

 

con solo susurrar...

la bandada de chidori

estalla en vuelo

 

-Issa Kobayashi-


































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