El fin de la tierra

El sendero desciende entre los pinos, de pronto, por todas partes el sonido de las olas.

Un Finisterre. Aquí también. Se llama Lands End. Abocadas al bosque las últimas casas de la ciudad desaparecen entre dunas y árboles. El último café al oeste de Outer Richmon. Al sol de la mañana la clientela charla de cosas que no entiendo. Ocean Beach Café. Gente amable, sonriente. Friendly. Preguntan de dónde eres, qué tal, disfruta del café, del día. Del sol.

Las mesas de madera y los perros tumbados junto a ellas. A veces la brisa marina. Una intuición. Un mensaje.

La gran duna, en una mano el café, la otra en la frente. El océano.

El fin de la tierra en cada uno de mis pasos. Reímos con los cuervos que vuelan hacia atrás, arrastrados en el viento marino. Dejándose llevar. Asombrados con el brillo de sus plumas que se levantan en el aire. ¡Cómo brillan! ¡Cómo brillan….! La blancura de las calas salvajes…

Algo se mueve bajo la espesura de flores amarillas. En el aire más intenso el olor a sal.

Al coronar una cima casi asaltamos el picnic de una pareja. Sin perder la sonrisa nos miran aparecer de entre los pinos. Frente a un caballete, él pinta un océano azulísimo enmarcado por las sombras de los árboles. Ella, recostada en una tela sobre la hierba, parece contemplar algo más allá de alguna parte, en el horizonte, donde no me atrevo a mirar.

Al otro lado del bosque, no sé dónde, los gritos de los gansos salvajes.

El sándwich sabe mejor aquí. En el final de la tierra. A la sombra gigante de un ciprés de Monterrey. El fin de la tierra y más allá los acantilados deshaciéndose en grandes rocas que se adentran en el océano, que se pierden en él hasta no quedar nada. Azul. Más allá el final-comienzo del agua. Y el horizonte más allá. Y más allá… qué.

Ahora sí, el águila nos mira desde el otro lado del tronco.

Antes aquí había un laberinto. En la punta rocosa que parte la playa de Mile Rock. Hecho con guijarros del entorno me recordaba en su forma a aquel otro que te recibe en el interior de la catedral de Chartres. Qué curioso. Los laberintos y los caminos. Los peregrinos.

Finisterre.

En la soledad del camino que aboca al mar. En la quietud del acantilado que sobrevuela el milano.

En el viento que no deja de soplar.

El fin de la tierra en cada uno de los latidos de mi corazón.

 

En la playa los niños juegan a perseguirse al borde de las olas. Hay quien construye pináculos con los guijarros pulidos por el mar. Otros charlan o toman el sol o estiran la mirada esperando alcanzar alguna foca de las que suelen nadan por aquí. Otros miran las olas. Son inmensas. Parece que en cualquier momento una de ellas llegará desde muy lejos y recogerá la pequeña playa y a todos nosotros.

 

A veces creo que ya lo habité entonces. Cuando era niño. El fin de la tierra. ¿Cuándo? ¿Dónde? No puedo recordarlo con claridad…  ¿Un río?… cuando algo en el aire de la tarde cambia de repente, y la soledad ya sabe de otra manera. Remolinos en el agua, laberintos, que se deshacen sin más. ¿Un niño? ¿Un peregrino?

¿Quién en frente del agua?

 

No sé por qué, se ha retirado más que las otras una de las olas

































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