Recortes de cielo

 Recortes de cielo. El sol de la tarde rebota de fachada en fachada en los rascacielos del distrito financiero. Es inevitable no levantar la mirada. Marearse un poco. Tan vertical.


Desde la otra acera alguien gruñe. Qué amarillas las hojas de arce sobre las que camina.

Debe tardar mucho en llegar hasta aquí abajo la luz del amanecer. Debe irse pronto al atardecer. Con un café en la mano camino mirando hacia arriba, mucho más allá de las hojas de los árboles.

Acción de Gracias. La gente recogida en sus casas celebrará la costumbre, o la excepcionalidad, de estar juntos.

Gratitud. Supongo que todo el mundo tenemos algo por lo que dar las gracias.

Un parque en la cuarta planta de una estación de autobuses. Árboles, plantas tropicales, flores… hasta baobabs. El agua de la fuente sigue el ritmo de los autobuses que pasan allí abajo.

Se posa, no, desaparece un colibrí entre plantas que no conozco.

Las luces de los rascacielos rodean el cielo cada vez más oscuro. Apuro los últimos sorbos del café mientras leo un letrero sobre los restos de mamut y otras criaturas prehistóricas que aparecieron aquí cerca. En alguna parte la sirena de una ambulancia. Qué frescor ahí aquí. En el corazón de la ciudad.

En las fachadas de cristal el reflejo de bandadas de pájaros que buscan refugio en la ciudad al caer la noche.

Grajillas. Quizá. Por sus voces. Ya apenas hay luz. El oscurecido corazón de la ciudad se oscurece.

Palpita. No sé cómo pero siento su corazón verde. Antiguo.

La ciudad es un ser vivo. Una criatura hecha de carne y cemento, de luz y agua. Levanto la mirada y veo las vidas recortadas de generaciones que excavaron y construyeron. En el tacto de estas plantas colgadas del cielo están todos los árboles que aquí hubo. Y los colibríes y los dientes de sable.

Llovizna de la mañana. La forma de una espalda en la tienda de campaña.

Estos rascacielos… la ciudad… Es, somos. Uno. Un “algo” que no sabría explicar. Que existe, que vive. Que tiene alma. Que sufre. Que anhela. Que ama.

En el centro de todas las cosas hay algo ajeno a ellas. Que las hace. Un baobab.

Un colibrí.





Una casa de madera. En el ventanal que da al sur una calabaza pierde su color.



A veces siento mi pequeña vida como un recorte de otra mucho más grande. De algo que solo puedo intuir en las voces de pájaros que no conozco. Al caer la noche.

Un corazón transparente, antiguo. Extraño. Que no se ve.

Que se ve.

Levantando la mirada. Un poquito mareado.























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