la medida de los pájaros






Imaginar el campo de fútbol como medida de superficie lo tenía ya más o menos asumido. Castizo. Es ya un clásico convocar al elefante africano (siempre me ha parecido un matiz extraordinario ese “africano”, sutil, si se me permite el término hablando de elefantes) como medida de peso. Contundente.

Recurrir a dos gaviotas disputándose un bol de pan de masa madre como medida de longitud… ¿cool? ¿sanfranciscanismo? ¿sutil? Ahora sí el “sutil” aéreo, elegante, fácilmente esbozado hablando de aves.

Por si alguien tiene dudas (no sé, imagino dilucidando a alguno si la medida va referida a gaviotas del pacífico, argénteas, patiamarillas, cabecinegras…) el cartel aclara que siendo así calcules seis pies de distancia. Friendly.



Dos gaviotas disputándose un bol de masa madre. Mirado así es una bonita unidad de medida. Aquí, en inglés, te lo acortaban en un pis pas. Pero bueno, yo no tengo prisa por hablar. Menos por callar. Una medida de tiempo también podría ser. ¿Cuánto tardará una de ellas en ceder? ¿Cuándo en descuajeringarse la masa madre?

Sería hermoso que los pájaros fuesen la habitual, friendly, unidad de medida. Medir el peso de las cosas que no importan con las plumas ahuecadas de un verdecillo o la distancia entre el cielo y la tierra en el picado fulminante de un halcón peregrino. El tiempo pasado con las personas que amamos con el vuelo mágico de un colibrí. Que viene y va, adelante y hacia atrás. Un destello en el aire.

Con vencejos se medirían los veranos y en golondrinas las primaveras.

En cardelinas las espigas.

El repiqueteo del pájaro carpintero sería la señal de mi electrocardiograma natural y la llamada del cárabo en la noche contaría las veces que he sido reclamado por lo salvaje que hay en mí.

En los pasos de una perdiz correteando los caminos que me envuelven.

La elegancia se mediría en grullas, también el griterío. El misterio con lechuzas y la bravura en herrerillos. En un petirrojo toda la curiosidad. Que no se mide. El silencio con buitres. Siluetas remontando el aire cálido de la mañana.

Un cernícalo detenido en el aire el tiempo que no corre. Ese que compartimos.

Con el canto de un cuclillo el brillo de un aware. Y el silencio que viene después. Contar las veces que un cuervo cambia de rama en un mundo de un solo color. Así las sílabas de un haiku.

Sin apenas batir las alas, un giro en el aire, luego otro, contar un recuerdo enganchado a otro, un milano que llega del mar.

La infancia son cigüeñas que aparecen de pronto sobre las espadañas de siempre.



Una vida. Las idas y venidas, de polo a polo, de un charrán errante que persigue la luz eterna. Así se contaría una vida y todas las que hay en ella

 



Miro a mi alrededor. Busco a dos gaviotas que se disputen un bol de masa madre. Quisiera saber la distancia recomendada entre mí mismo y todo lo que me rodea. Qué suena cuando desaparece. Cómo me gustaría saber cómo medir el instante preciso, sutil, en el que todo se derrumba y comienza de nuevo.



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