saliendo al campo, una pizca de hinojo
Olor a espliego en las manos de mi padre. Al volver a casa. Lo he recordado de pronto. Justo al arrancar una brizna de hinojo con los dedos mientras caminaba por la calle.
Me gustaría ver estas obras terminadas. Eso pensaba
mientras caminaba. Las nuevas aceras y los jardines que bordean la bahía. Recorrer
todo este paseo que bordea los antiguos muelles escuchando el zumbido de las
abejas, intuyendo el olor de las flores.
Sobre pilotes medio hundidos, los cormoranes que no
pescan. El brillo del sol.
A veces también olían a tomillo, o a romero, las manos
de mi padre. Cuando volvía a casa
después de ir a pescar o a buscar setas. Salir de casa era para él salir al
campo. A la montaña, al bosque. Al río.
Es curioso. Deambulo sin rumbo por las calles y a
menudo, tarde o temprano, acabo frente al agua. La bahía. O los canales.
También pizcando ramitas de hinojo. Eso también.
Dos gaviotas
comparten algo en el aire. Un cielo sin una sola nube.
Camino con cuidado para no asustar a las palomas
resguardadas a la sombra de los parterres. La brisa llega realmente cálida no
sé de dónde. Aquí apoyado en el pretil frente a la bahía me revuelve el pelo
una y otra vez.
–Una gorrita –eso me diría mi padre–, Al campo
siempre se sale con una gorrita. Y un palito. –Je. Qué bueno. Salir al campo. Qué si no. Vaya pelos. Supongo
que también me diría eso.
Marea baja. Sobre el balanceo de las algas, una
libélula que ya no está.
¿Será eso? Salir al campo. Inevitable. A lo mejor es
que me gustaría creerlo. Caminar sin rumbo por ahí y volver a casa siempre con
el olor del espliego entre los dedos. Con una pizca de hinojo en el bolsillo.
Sería tan hermoso. Que los las flores nuevas y las
abejas me recuerden siempre al sol de mi infancia. A las manos que la construyeron
y la cuidaron.
Esperando a que vuelva a aparecer el cangrejo por
detrás de la roca. El olor del agua.
La ciudad de las flores. En los jardines y los bordes
de las aceras. En las tiendas y en los supermercados. La ciudad del viento.
También eso.
Creo que esta mañana juegan los Giants. Las ovaciones
llegan hasta aquí como olas en el aire. Seguro que en el canal de Mission Bay
la gente aguarda en sus kayaks a que alguna bola salga del estadio y caiga al
agua.
No sé qué diría mi padre de esa pesca…. Aquí en la
bahía, un pescador, de verdad, lanza una y otra vez el sedal. Nada. Algunos
niños reman con las manos sobre sus tablas. Risas. Qué sol... Qué sol tan
nuevo.
Parece que
habla al viento. Una chica gesticula frente al agua sin decir nada.
Me gusta salir al campo. Me gusta caminar siguiendo
el borde del agua. Sin saber muy bien dónde estará la próxima montaña o las
manos que la sostienen.
La ciudad de las montañas y la niebla. Del sol.
En el último giro, un pelícano se uno al bando sobre
la bahía.
Parecen laberintos. La sombra de las ramas de acacia sobre
la acera. No sé si hay que salir o llegar al centro. En los laberintos. Nunca
me acuerdo.
Sombras que se balancean en la brisa cálida. Mis
pasos. Un abejorro. Parecen otros colores sus colores. Algo se agita entre las
flores. Un sonido que se derrama, que escapa hacia alguna parte.
Tenía que haber cogido la gorra. Sí. Tenía que
haberlo recordado. Cuando sales al campo es necesario recordar. Todo. Quizá sea
inevitable. ¿Será eso?. No lo sé.
Me gusta caminar, donde el agua me lleve. El viento. Probar
por primera vez cada pizca de hinojo, el olor del espliego. Unas manos. Estrenar
la luz del sol. Sin poder evitarlo.
No sé dónde, cada vez más intensa la llamada del petirrojo.
Comentarios
Publicar un comentario