mirando cómo se aleja la marea
“Sentado en el muelle de la bahía, mirando cómo se aleja la marea. Solo eso, simplemente sentado en el muelle de la bahía, dejando pasar el tiempo.”
Hace quince mil años aún vagaban por aquí osos gigantes, mamuts, bisontes enormes, leones, tigres dientes de sable…
Los primeros hombres.
Aún tuvieron tiempo de convivir más de tres mil años antes de que subiera la marea. Aquella pradera inmensa es hoy la bahía de San Francisco y la surcan mandas de barcos de todos los tipos y tamaños.
Alrededor de Alcatraz, donde los felinos acechaban a sus presas flotan hoy, decenas de metros de agua por encima, yates de recreo y transbordadores turísticos.
“Sentándome aquí, descansando mis huesos, y no quiere dejarme solo esta soledad. Dos mil millas vagabundeando, solo para hacer de este muelle mi hogar.”
Fundiéndose con el agua, ya no se distingue la bandada de pelícanos.
Nunca sé cuándo la marea está subiendo, cuándo bajando. Solo mirar el agua hasta que los huesos, los de muy en el fondo, blanqueen a la intemperie.
El agua que no se mueve, que no deja de moverse. El tiempo.
Me gusta pensar en la llanura que estuvo aquí. Imaginar las criaturas que puede ver estando aquí sentado, perdiendo el tiempo. Mirar a mi alrededor y contemplar la magnífica existencia de todos los seres. Su inmaculado aliento al borde de la marea.
Casi de noche, la calle vacía. En la otra acera, un tipo toca la guitarra con todas las ganas.
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